domingo, 24 de mayo de 2009

El nacimiento de un hijo.

Ayer nació la hija de Osvaldo, querido amigo mío desde la Universidad. Hace unos años, yo era el "raro" del grupo de amigos, porque fui el primero en vivir en pareja y después en tener familia propia. Ahora, los "raros" van siendo los que aun no lo hacen.

Inevitablemente, el nacimiento de Regina me hizo recordar las ocasiones en que han nacido mis hijos. Hace algunos años leí (y después comprobé) que la forma en que se "instala" el instinto paternal es muy diferente en varones que en mujeres.

La mujer comienza a cambiar desde el momento en que confirma sus sospechas de embarazo. El cambio en su mirada se adelanta a la transformación de su cuerpo. Los mareos, vómitos y antojos son preludio del ensanchamiento de caderas y pechos. Hacia el final del embarazo, las pataditas del bebé son recuerdo -intermitente y perenne al mismo tiempo- de la inminencia del nacimiento. Las estrías marcan el cuerpo de la mamá, con cicatrices de experiencia y amor.

Los hombres somos ajenos al vínculo tan profundo que nuestras compañeras crean con su (nuestro) hijo.

Sí, compramos la prueba de embarazo y experimentamos las emociones de ver que "salió azul" (como nuestra cara). Sí, algo dentro de nosotros nos impulsa a volvernos "más productivos", a salir a "cazar" (perdón, ganar) más dinero. Sí, vamos al ginecólogo y videograbamos religiosamente las sesiones y guardamos las "fotos" del chamaquito. Sí, salimos en la madrugada por el chocolate con chile que se antojó, o preparamos el sandwich de plátano con mermelada. Sí, incluso habremos derramado una lágrima ante la inefabilidad del milagro de la vida... pero es un milagro que está "allá", no "aquí". Es la misma inefabilidad de ver un arco iris: hermoso, pero externo.

Ahora sé que el vínculo padre-hijo es POST-PARTO. Es entonces cuando cambia nuestra alma. No nos hemos convertido en padres, sino hasta que cargamos por vez primera a nuestro hijo. Es más, creo que es en ese momento en que nos embarazamos... pero "damos a luz" como padres unas semanas después, cuando esa personita TE SONRÍE E INTERACTÚA CONTIGO POR VEZ PRIMERA.

Tal vez suene extraño, frío o "anti-romántico", pero creo que el vínculo padre-hijo no es natural: debe ser construído. Cambiar pañales y ropa, hacer cosquillas, acariciarlo, hablarle. Nuestro embarazo es significativamente más rápido: dos a cuatro semanas, y entonces "esa personita" que estaba en el cunero del hospital se convierte, mágica y súbitamente, en tu razón de ser, en tu vida, en tu motivo.

Es entonces cuando comprendemos a nuestras mujeres. Es entonces cuando asistimos al Milagro de la Creación: una creación que, como las demás creaciones masculinas, logramos con cosas que "ya están". No nos es dado crear vida "de la nada"; pero sí que tenemos el instinto de crear el vínculo con nuestro hijo.

Ojalá todos los hombres supiéramos esto. Ojalá todos los hombres nos "embarazáramos" de nuestros hijos YA NACIDOS. Nada ni nadie me hubiera podido impedir ser un padre para Luis Roberto.

Nadie excepto yo.

Más adelante, hablaré sobre mi experiencia de ser padre de un varón y ser padre de una nena.

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