Entrada publicada originalmente el 14 de octubre de 2005.
Voy a servirme de uno de los editoriales del diario "Reforma" del día de hoy, 14 de octubre, para comentar sobre algo con lo que seguramente, como Hombre, te identificarás: la dificultad que tenemos para expresar nuestras emociones en palabras. Juan Villoro escribe:
"Entre las limitaciones culturales del género masculino se cuenta su incapacidad para dar con estupendas frases amorosas. Cada tanto, las mujeres comprueban que el hombre que aman puede decir muchos elogios del Kikín Fonseca o algún otro delantero, pero es incapaz de mejorar la vida conyugal a base de palabras. La poesía de los trovadores cátaros, los torneos medievales, el bolero y las serenatas surgieron para subsanar esta evidente carencia masculina. Hasta donde sé, aun no hay un sitio en internet dedicado a aliviar a los varones de sus apuros lingüísticos. Urge un método moderno para nivelar la conversación de las parejas. En cualquier arenero del mundo, una niña de tres años habla mejor que el niño colgado de cabeza de un tubo, y las cosas cambian poco a partir de ese momento.
"¿Qué milagro hace que las mujeres sepan lo que tienen que decir mientras el hombre comprueba que recuerda las escalas de la "ruta de Hidalgo", pero no puede servirse de su destreza mental para expresar sentimientos convincentes? Además, cuando por fin dice alguna frase reveladora, el cortejo suele desembocar en un malentendido. '¿De veras crees que soy así?', pregunta ella. Tus raros piropos la han llevado a una estratósfera emocional donde es normal poner ojos de astronauta. En forma elocuente, Raymond Carver tituló a uno de sus libros, "¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?""
Después, el autor cuenta cómo, después de una discusión iniciada por un motivo nimio, un amigo suyo se pelea con su esposa y le pide posada por una noche. Más adelante, escribe un pasaje divertido pero revelador:
"Hay mujeres que asumen su depresión comiendo una cubeta de helado y hombres que asumen su depresión viendo películas de karatekas. En su segundo día en la casa, Ramón (su amigo) rentó cinco o seis videos que parecían uno solo. Cuando le pregunté de qué trataban no pudo decirme. Veía los golpes como un fenómeno atmosférico, sumido en la tragedia de extrañar tanto a Marita (su esposa). "Háblale", le aconsejé. "¿Y qué le digo?" Con simplismo psicológico le dije que podía reconciliarse con ella sin tener que hablar mal de Janis Joplin (el motivo de la disputa). "Ese no es el punto", comentó Ramón: "va a querer que le diga cómo la quiero." Habíamos llegado al eterno conflicto de la especie. ¿Puede el hombre que ama decir de qué modo ama? "Ayúdame", Ramón me miró como un mártir del cristianismo: "eres escritor""
El escritor continúa contando cómo Ramón se reconcilia con Marita diciéndole la frase: "Puedo luchar con todo, pero no contra tus ojos". Pero cuando el matrimonio está en la playa celebrando su reconciliación, Villoro ve, acompañado del hijo adolescente de la pareja (quien se quedó en casa del autor mientras sus papás se reconciliaban) los videos que su amigo rentó y olvidó regresar, y se encuentra con que la frase se la dice un chino musculoso a su sensei, un ciego que sin embargo percibía el entorno con gran capacidad kung-fu.
Poco solidario, el hijo "echa de cabeza" a su padre, y Marita le reclama haber utilizado una frase de una película de karate, y no una "frase genuina".
Confieso (o kung-fu-ieso) que, aun después de años de buscar aumentar mi "Inteligencia Emocional" y de trabajar en el reconocimiento y expresión de mis emociones, sigue estando muy presente en mi vida la sensación de no saber qué decir, cómo decirlo, cuándo decirlo. O peor aun, cuándo callar y qué decir cuando ya dije algo que hizo enojar más a mi esposa. Ella se encarga de recordarme, como no queriendo la cosa, de la ocasión en que, buscando agradarla y hacer una metáfora del concepto tan alto en que la tenía (aun no éramos ni novios), terminé provocando el efecto contrario.
¿Qué diferencia hay, en términos de acciones sin sentido, entre comer una caja de chocolate y ver videos de karatekas? ¿Por qué la insistencia en que nos comuniquemos, cuando bien podríamos nosotros pedir que se nos respete la forma en que nuestras limitaciones fisiológicas y culturales nos impiden comunicar nuestro mundo emocional, tan vasto como el femenino, aunque frecuentemente callado y, por ende, ignorado? La parajoda está en que, para pedir que nos den el permiso de no comunicarnos, debemos comunicarnos...
¡Vaya que nos cuesta caro nuestro cuerpo calloso sub desarrollado!
En fin... ya termino... voy al videoclub a buscar una película de acción. Tal vez tenga suerte y llegue a casa con una frase célebre.
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